Mare nostrum : (novela) / Vicente Blasco Ibáñez

By: Material type: TextTextSeries: Ediciones huracánPublication details: La Habana . Editorial de Arte y Literatura 1975 Description: 534 pSubject(s): DDC classification:
  • 863.6 B664m 1975
Summary: Sus primeros amores fueron con una emperatriz.El tenía diez años y la emperatriz seiscientos. Su padre, don Esteban Ferragut--tercera cuota del Colegio de Notarios de Valencia--, admiraba las cosas del pasado. Vivía cerca de la catedral, y los domingos y fiestas de guardar, en vez de seguir a los fieles que acudían a los aparatosos oficios presididos por el cardenal-arzobispo, se encaminaba con su mujer y su hijo a oir misa en San Juan del Hospital, iglesia pequeña, rara vez concurrida en el resto de la semana. El notario, que en su juventud había leído a Walter Scott, experimentaba la dulce impresión del que vuelve a su país de origen al ver las paredes que rodean el templo, viejas y con almenas. La Edad Media era el período en que habría querido vivir. Y el buen don Esteban, pequeño, rechoncho y miope, sentía en su interior un alma de héroe nacido demasiado tarde al pisar las seculares losas del templo de los Hospitalarios. Las otras iglesias enormes y ricas le parecían monumentos de insipida vulgaridad, con sus fulguraciones de oro, sus escarolados de alabastro y sus columnas de jaspe. Esta la habían levantado los caballeros de San Juan, que, unidos a´ los del Temple, ayudaron al rey don Jaime en la conquista de Valencia.
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Libros Libros Archivo General de la Nación - Departamento Hemeroteca-Biblioteca, Acervo general de Libros 863.6 B664m 1975 (Browse shelf(Opens below)) 1 3 Available (3) 43178 056402

Sus primeros amores fueron con una emperatriz.El tenía diez años y la emperatriz seiscientos. Su padre, don Esteban Ferragut--tercera cuota del Colegio de Notarios de Valencia--, admiraba las cosas del pasado. Vivía cerca de la catedral, y los domingos y fiestas de guardar, en vez de seguir a los fieles que acudían a los aparatosos oficios presididos por el cardenal-arzobispo, se encaminaba con su mujer y su hijo a oir misa en San Juan del Hospital, iglesia pequeña, rara vez concurrida en el resto de la semana. El notario, que en su juventud había leído a Walter Scott, experimentaba la dulce impresión del que vuelve a su país de origen al ver las paredes que rodean el templo, viejas y con almenas. La Edad Media era el período en que habría querido vivir. Y el buen don Esteban, pequeño, rechoncho y miope, sentía en su interior un alma de héroe nacido demasiado tarde al pisar las seculares losas del templo de los Hospitalarios. Las otras iglesias enormes y ricas le parecían monumentos de insipida vulgaridad, con sus fulguraciones de oro, sus escarolados de alabastro y sus columnas de jaspe. Esta la habían levantado los caballeros de San Juan, que, unidos a´ los del Temple, ayudaron al rey don Jaime en la conquista de Valencia.

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